La Flor Azul publica Sobre un cuerpo ausente, una obra de Juan Bautista Duizeide

Será la novedad que La Flor Azul presentará en la Feria de Editores (7, 8, 9 y 10 de agosto, C Art Media, Av. Corrientes 6271, CABA).

Estarán también todas las obras de su catálogo, entre otras, la novedad de junio: Diez canciones para volver a casa, de Esteban Prado.

Un hombre arroja las cenizas de su madre a las olas. Después, camina como si quisiera trazar un mapa de la ciudad. Se sienta en un bar, recuerda. “Mi madre andaba en la luz”, escribe Haroldo Conti. “Mi madre es la risa, la libertad, el verano”, escribe el poeta Héctor Viel Temperley. Sobre un cuerpo ausente, de Juan Bautista Duizeide, construye a una madre que aparece montada en el “susurro de luz de las olas”. Ellas son la materia de la cual está hecha la vida de ese hijo y los renglones donde compone su odisea del tiempo perdido.

En esta historia se encuentran las voces de ambos, madre e hijo, comparten momentos y palabras con las voces de los clásicos (Esquilo, Homero, Borges, Virus). Mientras el hijo crece, entregado a la vida naval en una isla y en las “rápidas naves”, la madre escribe cartas que son a la vez cartas de amor y el otro lado del relato: el dolor por ese hijo ausente y una crónica de la última dictadura. Hijo y madre en la misma aventura: armar una lengua.

La obra de Duizeide no es un anecdotario, ni una novela de aprendizaje, ni una de navegantes, aunque tiene los materiales del primero, la periodización de la segunda y las palabras de la tercera. Los términos a los que nos tiene acostumbrados el autor —navegante, además de escritor— están aquí fuera de quicio: las palabras bailan, se encadenan como acontecimientos fortuitos, pruebas, hazañas, con riesgo y con gracia. “¿Qué pesadillas guardará el agua?”, se pregunta el hijo.

Fragmentos de la obra:
“Yo había dado vueltas y vueltas intentando orientarme sólo mediante recuerdos. Cualquier pregunta hubiera significado reconocerme alguien que de casualidad había nacido aquí y se había ido hace tiempo. Barrios, calles, casas que no lograba identificar se desvivían por señalarme como forastero. La caminata amenazaba no terminar sino con la extinción de mi aliento, mi desmayo, mi derrota. Yo huía de vos y te llevaba abrazada. Andar se transformaba en espiral, en laberinto, en vórtice. Cuando el cansancio fue una bruma que desdibujaba cada uno de mis movimientos, al cabo de los pasos resplandeció el mar. No cualquier zona de este fuego que se prodiga en sístoles y diástoles obedeciendo a cada capricho de la costa, no: tu rincón. Azar o destino me habían conducido con una precisión que jamás hubiera logrado el entendimiento. A mi espalda, la ciudad tembló. Me dolían bastante las rodillas. La urna bajo el brazo izquierdo se incrustaba en mi pecho. Pese al frío, yo transpiraba como si hubiera corrido. Extremando cuidados para no resbalar, descendí una veintena de escalones en la roca sobre los que proliferaba el verdín. Bastó para que el olor a peces, a cangrejos, a mejillones oscureciera todavía más mi respiración. Avancé esquivando charcos, parvas de algas en putrefacción a las que asediaban enjambres de moscas, latas de cerveza, avancé pisoteando corazones con dos nombres adentro y una flecha para investirlos de alguna dirección o prometerles un amago de eternidad, siempre con mis recuerdos a la rastra o arrastrado por mis recuerdos. Diez metros al pie del acantilado, tu retiro me esperaba. Seguí. Ya abajo, me detuve un momento, olí tu guarida. Esperé. No sé qué habré esperado. Como si algo pudiera postergarse. Chillaban las gaviotas con rabia de ángeles. Me cegaba el mar. Seguí hasta el filo donde olas y continente se combaten desde hace milenios. Castigaban mi avance chispas de sal. Seguí como si fuera a zambullirme. Pero me detuve. Respiré hondo. La vastedad incendió mi aliento. Me agaché, abrí la urna, la sacudí. Por algunos segundos, fuiste una nube desprolija, una bandada indecisa, un revoloteo difuso. Luego, todo tuvo la forma de tu zarpada a deshora.

El viento soplaba y sopla desde mar adentro. Un mar inquieto como una hecatombe sólo a medias contenida. Un fuego verde que únicamente en estas aguas vibra. Soplaba y sopla desde el horizonte, desde la lejanía, desde más allá. Debiera haberme dado cuenta de las consecuencias que podía tener para nuestro ritual –íntimo pero abierto al infinito– el detalle. Este sur que insiste, que dura, que arrecia.

Durante años, a contar desde aquella isla donde nos despedimos el niño que yo era y la madre casi niña que eras vos, había sido prioridad establecer como primera coordenada hacia dónde está barlovento y hacia dónde sotavento. Años de repetir, como dogmas de una religión terrible, tantos dichos: no hay que escupir a barlovento, no hay que mear a barlovento, no hay que cagar a barlovento, no hay que vomitar a barlovento, no hay que putear a barlovento, no hay que blasfemar a barlovento. Pero como si lo hubiera olvidado todo, mientras el aire salino revolvía mis bucles canosos, quité la tapa de la urna, la incliné y la sacudí, la sacudí, la sacudí, hasta que la acción y la misma palabra que la designa se vaciaron de motivo, de impulso, de verdad. Aunque la mayor parte de la substancia incierta que contenía se alejó remolineando, vacilante, para luego ir esparciéndose encima de las rocas lamidas por la resaca, algo volvió y me tocó. Esa leve caricia bastó para estremecerme. Fue una torpeza venial. Era la primera vez que oficiaba semejante misterio. Por supuesto fue también la última. No todos los días se arrojan las cenizas de la madre al mar”.

Sobre el autor:
Juan Bautista Duizeide
nació en Mar del Plata, en 1964. Como piloto de la marina mercante navegó por el Atlántico, el Pacífico, el Mar del Norte y el Báltico. Posteriormente recorrió a vela todo el litoral atlántico argentino.

Publicó notas sobre literatura en las revistas Siwa, Carapachay, El río sin orillas, Sudestada, La Pulseada y Humo. Colaboró asimismo con notas, crónicas y cuentos en los diarios Página/12, Clarín y La Nación.

Es autor de Kanaka, La canción del naufragio, La muerte de Europa y Vuelta encontrada (novelas), Noche cerrada, mar abierto (cuentos), Crónicas con fondo de agua (crónicas) y Alrededor de Haroldo Conti (ensayos).