La editorial Palmeras Salvajes publica Pálido caballo, pálido jinete, de Katherine Anne Porter

Esta obra, de la reconocida autora estadounidense Katherine Anne Porter, está compuesta por tres novelas cortas que se construyen a partir de la memoria personal de sus protagonistas, de los fragmentos de recuerdos y experiencias, de una mezcla de pasado y presente, de evocación y ensueño.

Traducción de Matías Battistón.

En la primera, Las muertes pasadas, Porter explora la identidad y la memoria infantil desde el punto de vista de Miranda, que forja su visión del mundo a partir de las antiguas leyendas familiares que su propia imaginación traduce en imágenes llenas de misterio y esplendor. Vino al mediodía, la segunda, se acerca fuertemente al gótico sureño para narrar una tragedia familiar en una granja del sur de Texas.

En Pálido caballo, pálido jinete, la tercera y que da nombre al libro, la narradora llega a las puertas de la muerte para ofrecer un testimonio sobre la gran epidemia de gripe española que asoló las ciudades de los Estados Unidos hacia el final de la Primera Guerra Mundial. Aquí, Porter adopta la perspectiva subjetiva de la enferma, que mira a la vez hacia el mundo que la rodea y hacia adentro, a la fantasmagoría y los símbolos de la fiebre, y lo que ve adentro son menos su mundo íntimo que un espejo deformado de lo que sucede alrededor suyo: la Gran Guerra, que está por todas partes.

Dice Carlos Gamerro: “Este libro es sin duda uno de los trabajos más relevantes de Katherine Anne Porter y de la literatura sureña estadounidense, donde se conjugan el realismo psicológico y social con los temas más característicos del gótico. Con ironía magistral, la autora destaca la banalización de los discursos heroicos en los Estados Unidos y el paso inevitable a una tragedia nacional”.

Sobre Katherine Anne Porter
Nació en 1890 en Texas, Estados Unidos. Antes de convertirse en una de las escritoras más importantes de la literatura sureña estadounidense, trabajó como periodista, profesora, actriz y escritora fantasma. En 1918, Porter contrajo la gripe española, afección que marcó para siempre su trabajo. Tras su recuperación, atraída por el espíritu revolucionario imperante, se trasladó a México, donde estrechó fuertes lazos con la cultura de ese país.

Una buena parte de su obra comprende ensayos y cuentos de tema mexicano con una marcada impronta autobiográfica. Su narrativa está atravesada por temáticas de índole social, regional y de género, y entre sus obras más destacadas se encuentran, además de Pálido caballo, pálido jinete. Tres novelas cortas (1939), La torre inclinada y otras historias (1944), y El antiguo órden: historias del Sur (1955).

Su única novela publicada en 1962, La nave de los locos, impulsó su fama de manera inmediata y su adaptación cinematográfica resultó sumamente exitosa. En 1965 recibió el National Book Award, y en 1969 ganó el Premio Pulitzer de Ficción. Porter murió en 1980 en Silver Spring, Maryland, a los 90 años.

Extracto del libro
“Mientras caminaban a la par, con las robustas botas de él, de buena confección y lustre, dando pasos decididos junto a las botas de gamuza de ella, de suela tan finita, ambos trataban de estirar lo más posible ese tiempo juntos, y mantuvieron hasta donde pudieron esa conversación casual que iba y venía por los pequeños surcos en la capa más superficial del cerebro, esas cosas que se decían y que enseguida calzaban como anillo al dedo, tranquilizadoramente, sin perturbar la luminosidad que irradiaba ese milagro tan sencillo y encantador, el de dos personas llamadas Adam y Miranda, de veinticuatro años cada uno, vivos y en la Tierra en el mismo momento, diciendo cosas como: “¿Te gustaría que saliéramos a bailar, Miranda?” y “¡Siempre me gusta ir a bailar, Adam!”; pero había varios obstáculos en el camino, faltaba mucho para que llegara el día que terminara con ellos bailando.
La verdad, pensó Miranda, esta mañana Adam parece fresco como una lechuga. En algún momento de la conversación él se había jactado de no haber tenido, hasta donde recordaba, un solo dolor en toda su vida. En vez de horrorizarse de semejante monstruo, a ella le pareció bien su monstruosa excentricidad. En cuanto a ella, había sufrido demasiados dolores como para mencionarlos, así que no los mencionó. Tres años trabajando en un periódico matutino le habían generado una ilusión de madurez y experiencia, pero deducía que en realidad no era más que el cansancio de vivir a contramano de lo que, según había aprendido de niña, eran los horarios normales, comiendo al paso en restaurantes de mala muerte, bebiendo un café espantoso toda la noche y fumando demasiado. Cuando le comentaba a Adam algo sobre el estilo de vida que ella llevaba, él le miraba bien la cara durante unos segundos, como si la estuviera viendo por primera vez, y decía sin rodeos: “Pero no te afectó en nada, estás hermosa”, y la dejaba en vilo, preguntándose si él habría imaginado que ella quería cumplidos de su parte. Y sí, los quería, pero no en ese momento. Adam también tenía los horarios trastocados, por lo menos durante los diez días desde que se habían conocido, quedándose despierto hasta la una de la mañana para llevarla a cenar; y también fumaba continuamente, aunque si ella no lo callaba él era capaz de ponerse a explicar con lujo de detalles las consecuencias del cigarrillo para los pulmones.
—¿Pero importa tanto, si uno en cualquier caso va a ir a la guerra?
—No —dijo Miranda—, pero importa todavía menos si una se va a quedar en casa tejiendo calcetines. Dame un cigarrillo, ¿sí?
Se detuvieron en otra esquina, debajo de un arce que ya había perdido la mitad de sus hojas, y apenas miraron el cortejo fúnebre que se acercaba. Los ojos de él eran de un marrón pálido con puntitos anaranjados, y su pelo del color de un pajar cuando se quita la paja curtida por el sol y la intemperie para revelar las briznas más claras que hay debajo. Adam sacó su cigarrera, le acercó su encendedor y lo hizo chasquear, repitió la operación cerca de su propia cara varias veces y después siguieron camino, fumando.
—Claro, tejiendo calcetines —dijo él—, eso sí que es lo tuyo. Como si supieras tejer…
—Hago algo peor —dijo ella, seria—: escribo artículos donde les recomiendo a otras chicas que tejan y que preparen vendajes y que no consuman azúcar y que ayuden a ganar la guerra”.